
A escasos días de haber cumplido setenta y seis años, murió David Alfaro Siqueiros. Desapareció el último de los tres grandes de la pintura mexicana, el que más lucho en el terreno de la teoría y de la creación plástica por señalar el camino a las nuevas generaciones de pintores. Por su profundo aliento humano y sus indiscutibles valores plásticos, la herencia que Siqueiros, Rivera y Orozco han dejado a México y al mundo, es enorme, y grandes las responsabilidades que este legado plantea a las generaciones de pintores que les siguen en el tiempo.
Siqueiros fue un combatiente, en el arte y en la vida. Cuando llego la hora decisiva que convoco a todos los mexicanos a la lucha, no dudo, pese a su corta edad, en tomar las armas. ¡Que buen mexicano no fue soldado! Por que cualquiera que fuese la vocación, en aquellos momentos la disyuntiva era tomar un fusil. Y Siqueiros empuño el suyo.
La guerra civil fue severa escuela. En los vivaques, en las agotadoras marchas bajo el sol o en las heladas llanuras del norte, en las batallas del Bajío, donde la división de Occidente -en la que militaba Siqueiros y que formaba parte del Ejército de Operaciones del Norte, al mando de Álvaro Obregón- , peleo durante largas jornadas contra la División del Norte comandada por Francisco Villa.

En el contacto con el hambre del pueblo, sujeto a las pruebas más rigurosas de valor, entereza y paciencia, Siqueiros logro como suprema enseñanza, la convicción en la grandeza del pueblo. Fueron Diego Rivera, José Clemente Orozco y sobre todo David Alfaro Siqueiros, quienes nos revelaron la estatura autentica del soldado, del obrero, del labriego, del artesano, del indio, de las mujeres humildes, de los niños nacidos en estas tierras y también, como Orozco lo dice en su autobiografía, “como una aurora, los pasajes de nuestra inmensa patria, ya el duro y mineral de nuestras cordilleras, ya el jocundo y festival de los trópicos y de las costas”.
La obra pictórica de los tres grandes es producto excelso de la Revolución popular que barrio de la historia a los que detentaban el poder en México.
Nuestra revolución inicia la marcha de decenas de pueblos oprimidos por la senda de su liberación. Y en esa gigantesca empresa, los tres grandes de la pintura elevaron a la cima la creación plástica, llevando a los muros la lucha del pueblo, sus humillaciones y sus sufrimientos, pero también el triunfo de millones de miserables y descalzos en armas, decididos a forjar un nuevo mundo. En esa lucha desigual de un pueblo pobre y desangrado por la guerra civil, aislado frente a las grandes potencias, la obra de los tres muralistas es un canto de fe que permanecerá como testimonio de la entereza de una generación que no regateo el mayor de los esfuerzos y cumplió su mandato histórico, sin temor al poder de sus enemigos. La Revolución entrego la tierra a los campesinos, expropio el petróleo, nacionalizo los ferrocarriles y la industria eléctrica; levanto presas para dominar los ríos; perforo montañas para llevar a través de ellas carreteras y ferrovial y pobló de escuelas las campiñas.

Siqueiros supo crear un lenguaje plástico adecuado a sus sueños y esperanzas, que son también los de su pueblo. Su trazo vigoroso y el empleo de nuevos materiales, dieron riqueza cromática a sus creaciones, que constituyen una de las conquistas pictóricas más valiosas en el campo del arte. Se planteo y resolvió, como Rivera y Orozco, problemas ópticos complicados pues, como bien lo dice Crespo de la Serna, por sus logros “sobre visualidad de la perspectiva, se acerca al arte Op”. Sus esfuerzos para dar movimiento a las figuras representan uno de sus mejores frutos. Siqueiros fue un revolucionario en la forma y en el contenido plástico. Las generaciones que vendrán después de la nuestra seguirán admirando la belleza de la obra de Siqueiros, aunque ajenos, quizá, al impulso ideológico que lo llevo a realizarla, esto es, cuando hayan desaparecido las actuales relaciones sociales y se destaque solo la forma, el sentido rítmico y musical de sus composiciones, tanto murales como de caballete. Sobre este aspecto de su pintura, la de caballete, el arte de Siqueiros se identifica rn las obras maestras como un continuum estético, político y filosófico, en el grado más alto y mas plenamente realizado de su vehemencia. Esta visualización del mundo real, dotada de una gran fuerza de encanto, que no es otra cosa que un poder mágico de lirismo, es constante también en las obras maestras de caballete: Niña con moños azules(1935), El eco de un grito(1937), El sollozo(1939), Etnografia(1939), que son como notas para pintura mural al igual que otras posteriores: Calabazas(1946), El esteta en el drama(1944), Nuestra imagen actual(1947), Angélica(1947) que bastan para colocar a Siqueiros en la pinacoteca de los grandes genios.
El carácter innovador de Siqueiros da una vigorosa originalidad a su obra: el presentimiento de los nuevos cambios, lo que Marx llamo cabalmente un “conformar profético”. Siempre un artista de vanguardia en sus concepciones técnicas, Siqueiros no fue jamás un pintor a la moda. No solicito nunca –aunque vivió muchas ocasiones en la mayor pobreza- el favor de los poderosos. Generoso siempre, le gustaba la frase de Dante: “Si el mundo supiera que corazón poseía, luego de elogiarlo, lo elogiaría todavía mas”.
Su lucha obstinada por la pintura mural se justifica plenamente. Si aquí encuentra detractores, en otras partes del mundo, artistas de relieve –como él- practican el muralismo.

Por el sentido de solidaridad humana, que fue una de sus características, Siqueiros marcho a España en las horas amargas de 1936. Lo vieron en Madrid en aquel año, cuando convergían sobre la gran capital las columnas franquistas; se presento para servir, simplemente en lo que fuera: en misiones de enlace, como pintor de carteles, como simple soldado. Mas tarde el gobierno de la Republica aprovecho sus experiencias en nuestra guerra civil y le dio un mando de tropas.
México envío, a la España traicionada por sus generales y cercada por la retracción de varias potencias, fusiles, unos pocos cañones e inclusive a sus hijos. Siqueiros fue uno de los miles de combatientes que afluyeron de todos los rumbos del planeta en ayuda del pueblo español.
Al hacer balance de la vida y de la obra de Siqueiros, es indudable que la herencia que nos deja es su pintura. Si ha entrado en el panteón de nuestros grandes muertos, es particularmente por su larga y sostenida lucha por el arte publico, por la pintura mural, ya que, como dijo José Clemente Orozco: “la forma mas alta, mas lógica, mas pura y fuerte de la pintura, es la mural. Es también la forma mas desinteresada, ya que no puede ser escondida para beneficio de unos cuantos privilegiados. Es para el pueblo, es para todos.”

Toda obra de arte tiene un contenido, es decir, es creada obedeciendo a una idea, a un propósito definido de su realizador, y además, la obra de arte se produce en determinado momento de la vida humana, o sea que ha sido engendrada dentro de un mundo intelectual, moral y político concreto. Pero a diferencia de las conquistas científicas cuyo valor se mantiene hasta que nuevas investigaciones las tornan obsoletas, la creación artística nace en un ámbito propio, poético y se rige por leyes que le dan autonomía y permanencia.
Puede el correr de la historia desvanecer el propósito ideal que ánimo la creación de la obra de arte, pero si posee valores efectivos, permanecerá como herencia para toda la humanidad.
El hombre, sus emociones y sensaciones, son el objeto del arte; creado por el hombre, las cosas que representa solo tienen sentido para él, que lo entiende, se emociona o simplemente se asombra ante esa obra, se la apropia, la humaniza. Los árboles que pintaron Cézanne, Velasco o Clausell no son los que estudia el botánico, sino cabalmente lo que el pintor entrega al espectador. Es el fruto tanto de su pensamiento como de su trabajo; de sus concepciones estéticas y plásticas como de su praxis.

Mas la obra artística, para serlo, debe tener unidad, coherencia interna y, por lo mismo, autonomía, independencia, lo que obliga a juzgarla por si misma, lo que impide considerarla como una mera manifestación ideológica. La obra de arte habla por igual a todos los hombres, sea cual sea la clase social a la que pertenezca y, sobrevive a la etapa histórica en la que fue creada; se prolonga en el tiempo.
Las ciudades monumentales como Teotihuacán, Monte-Albán y Chichén-Itzá; la iglesia de Tepotzotlán, el Palacio de Iturbide o el de Minería, expresan realidades correspondientes a distintas épocas: la prehispánica y la virreinal, pero como obras de arte, viven fuera del mundo histórico de las sociedades indígenas y de la dominación española. La supervivencia de la obra de arte se revela en el carácter específico de su realidad.
La pirámide del Sol, en cuya cima se levantaba el templo de dios, la iglesia de Tepotzotlán y el palacio de Iturbide y el de Minería ya no desempeñan la función social para la que fueron creados; solo permanece su valor artístico. Y ese valor se expresa en la posibilidad de generar la obra de arte, su propia condición de intemporalidad, la capacidad inextinguible de suscitar en nosotros el asombro y la emoción estética.
Siqueiros tenía plena conciencia de este principio y sabía que su obra respondía a necesidades sociales y políticas de millones de seres que luchaban por mejorar sus condiciones de vida. Comprendía que esa lucha se libraba dentro de un espacio geográfico concreto, en un territorio que es el hogar de una comunidad nacional, cuyo progreso y liberación no se obtendrá sino venciendo la sutil dominación extranjera que mediatiza la economía y merma la soberanía nacional, en una palabra, sin una lucha contra el imperialismo y sus agentes indígenas. Que, en consecuencia, la lucha en el campo de la creación artística es un factor de aliento, de formación de la consciencia nacional y social, por tanto, de enorme valor en la defensa de la nación.
Su sensibilidad e imaginación son una marea que lo inunda todo. Los sueños de Siqueiros no fueron arbitrarios, son sueños comunes a todos nosotros. Su mano acelerada por una energía casi febril logro una solidez de la materia, creo un medio denso y profundo, donde la forma y el color reinan sin ambages, alcanzando la vigorosa comunión de la pintura y de la escultura.
Rafael Carrillo Azpeitia

• Dado que su lucha era teórica y practica, estuvo encarcelado innumerables veces desde que tenia 14 años hasta ya avanzada edad, indudablemente bajo esta adversidad también encontró profundas fuentes de inspiración y…bueno, mucho tiempo para meditar.
Fab Sánchez
o vivaque: Acción de pasar la noche a la intemperie, una persona o un grupo de ellas.
o Labriego: Labrador rústico.
o Detentar: 1 Ocupar un cargo o un poder de manera ilegítima.
2 Tener sin derecho una cosa que no pertenece.
o Praxis: Aplicación práctica o ejercicio de una rama del saber.
Personalización de una practica.
Nos interesa conocer mas del CFC, saludos
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